No se Puede Hacer más Lento
"No es del todo exacto decir que la velocidad y la calidad de la toma de decisiones se correlacionan exactamente con el éxito de una startup, pero no es una mala primera aproximación" (Sam Altman)
“La magia no existe, son todos trucos con las manos, ya te vas a dar cuenta”, recuerdo que me dijo siendo chico un primo bastante más grande que yo mientras mirábamos la tele. ¿O sería mi hermano mayor, algún amigo más avispado… o nadie?
Yo estaba fascinado con los magos. Prestidigitadores, decían en la TV. A mi esa palabra ni me salía, se me trababa la lengua. Sí, en esa época quizás aún creía que empollaban huevos en la boca, o que tenían una tira infinita de enlazados pañuelos en la garganta.
Luego me fui dando cuenta, de eso y de muchas otras cosas, obviamente. Así es el tránsito por la vida, lleno de desilusiones y nuevas ilusiones. Reemplazos.
Pero aún hoy, más cerca de mis xxxxxenta años, hay magos con los que sigo sin darme cuenta. Sobre todo con aquellos que hacen las cosas más simples, sin parafernalias de aparatos ni asistentes que distraen la atención. No los voladores, sino los sencillos.
Uno de esos me acompaña desde que nací. Ya no está con nosotros, pero sus videos en Youtube y X me permiten recuperarlo cada tanto, como pasó esta semana. Y él me sigue ilusionando como el primer día. Sigo sin darme cuenta, bendito ilusionista.
Se llamaba René Lavand, Héctor René Lavandera, porteño de ley, pillo, fanfarrón. Había tenido la desgracia de perder una mano siendo niño. Imaginen, ¡un mago manco! Y sin embargo…
… ya en 1963 aparecía en la televisión nacional norteamericana, ni más ni menos que con Ed Sullivan. ¡Orrrrrrrgussho arrrrgentino! ¡Somo’ lo’ mejore’ del mundo, papáaaa! ¡Maradóoooo, Maradóooo…!
Era un contador de historias, sus rutinas tenían una narrativa atrapante por detrás, no para distraer, nunca aburría. Todo en primer plano, con su única mano cerca de los ojos o la lente del observador.
Su latiguillo preferido: “No se puede hacer más lento”. Pero claro que sí se podía, cada vez que maniobraba sobre los naipes, lo hacía lento, más lento, lentísimo… y sin embargo, el truco seguía ahí. Inescrutable.
A veces hacer las cosas lentamente da ventajas. En el negocio tecnológico y digital, permite que otros no se den cuenta, ir ocupando espacios no atendidos hasta que ya es demasiado tarde para reaccionar. Es el gran dilema de los innovadores, como decía Clayton Christensen. Lento pero constante, “tercos modernos y obsesivos” los adjetivaba la semana pasada. Teoría de la ocupación, la caja de arena del mercado tech.
La frase anterior no contradice la del inicio de Sam Altman, el fundador de OpenAI. No se confundan. Es que, como decía, depende del ojo del observador.
Para los innovadores y emprendedores, “su” agilidad, la calidad en la toma de decisiones es fundamental. Éxito o fracaso. 0 o 1. Un mundo binario.
Quizás esa velocidad (o lentitud, quien sabe), y aquí lo postulo dejándome ayudar por Matthew Ball, va de la mano de la del desarrollo de nuevos hábitos, acompaña las nuevas tendencias, las conquistan mientras se consolidan o cambian, y a medida que mejoran las tecnologías y se hacen más poderosas e intuitivas. ¿Quizás?
Como en un espejo, sucede que otras veces la lentitud es solo mental. Lo que decía al principio: no darse cuenta. Está todo ahí, delante de nuestros ojos, y no lo vemos. “No hay nada peor que un tonto testarudo”, decía Paul Graham. “No se puede hacer más lento”, le podría responder René.
Es que “hacer lentamente” no es lo mismo que “pensar lentamente”, aunque parezca un juego de palabras.
Para los que manejan el negocio tradicional en supuesta disrupción, esos incumbentes, el mundo gira a otro ritmo. Si acaso se dieran cuenta de que alguien más anda dando vueltas por su negocio, no lo verían como una amenaza, no, para nada. “Somos demasiado grandes para caer”, “Los clientes (audiencias, usuarios) nos adoran, nos necesitan, somos imprescindibles”, “Aquellos atienden otro mercado, son otra cosa, nunca van a llegar al nuestro”.
Y sin embargo… NO SE PUEDE HACER MÁS LENTO.
Lento como una tortuga
En 1985, el periodista Erik Sandberg-Diment del New York Times, especialista en tecnología, casi un gurú en el Silicon Valley de los ‘80s, redactaba su columna semanal, en este caso sobre las laptop computers, titulada THE EXECUTIVE COMPUTER (así, con mayúsculas de aquella época). Intentaba documentar el estado del arte de ese tipo de dispositivos, pero terminaba enlazando su opinión futurística (ese ego difícil de manejar), diciendo:
“But the real future of the laptop computer will remain in the specialized niche markets. Because no matter how inexpensive the machines become, and no matter how sophisticated their software, I still can't imagine the average user taking one along when going fishing.”
Se arrepintió, claro que se arrepintió de esa opinión y varias otras equivocadas, tal como lo ha documentado The Atlantic algunas décadas después.
Se puede ir más lento o más rápido, se puede uno chocar contra las paredes de frente o de costado, pero lo relevante es tener claro el destino, hacia dónde se apunta el barco. Actuar lento no es lo mismo que pensar lento. La combinación de ambas cosas es fatal.
Así parece haberle sucedido esta semana que pasó al querido y denostado Bob Iger, hoy nuevamente en la cumbre. Una buena semana para él, entre resultados trimestrales positivos, anuncios varios, su pelea al rojo vivo con los inversores activistas, y un “galerazo” de último momento, al mejor estilo de su amigo Steve Jobs: la adquisición de una participación en Epic Games y el desembarco masivo de todo su ecosistema de IPs nuevamente en el entretenimiento interactivo.
¿La razón? Espero que sea que ha entendido que el mundo cambió, que los hábitos de consumo se consolidan, que el universo de personajes que ayudó a construir deben acercarse a sus fans donde sea que estén consumiendo, en este mundo tan infinito de distractores y tan acotado en tiempo. ¿Que además le conviene tener una participación en la empresa propietaria de Unreal Engine, que tanto uso le da Disney en otras áreas? Ejem… no sé, solo el tiempo lo dirá.
Como dijo el físico anglo-americano Freeman Dyson: “El progreso en la ciencia se construye a menudo sobre la base de teorías equivocadas, que luego son corregidas. Es mejor estar equivocado que ser vago, impreciso".
Lento como un caracol
El conejo, la tortuga, el perezoso, los bichos aún más lentos (orugas, caracoles, el que digan).
Actuar lento no es lo mismo que pensar lento. Pensar lento es otra cosa. Es querer volver el tiempo para atrás, algo imposible.
Me llevó a esta reflexión la columna de Kara Swisher en The New Yorker. Me sorprendió, a decir verdad. Se llama “Over Three Decades, Tech Obliterated Media (My front-row seat to a slow-moving catastrophe)”.
Se trata de la adaptación de un capítulo del libro Burn Book que se publicará a fin de mes. Se trata, por sobre todas las cosas y en mi humilde opinión, de un enorme y largo mea culpa. Ella, que ha sido pionera en el cubrimiento y el apoyo de los avances tecnológicos de las últimas décadas. Ella, que se ha codeado e intimado con la “crème de la crème” de Silicon Valley en este tiempo. Ella, que ha logrado que hasta ese mismísimo Bob Iger le confesara allá por finales de 2022 (cierto es, antes de volver al timón del barco) que “La televisión lineal y por satélite avanza hacia un gran precipicio…”.
Ella, en su larga catarsis se da cuenta de que, tal vez, pensó muy lento. No puedo concluir otra cosa. Se da cuenta de que el “mundo tech” está destruyendo a los medios periodísticos, al periodismo en general.
Termina su editorial diciendo:
“My digital journey in media has been a long one, and perhaps it’s okay that we had to be destroyed — or nearly so — to become something else. What I am certain of is we don’t have to be yet another meal for big tech to Google, oops, gobble up.
They think they can eat media? My reply? Bite me.”
Yo no creo que las BigTech quieran “engullirse” a los medios. Creo, en cambio, que no les interesan, les resultan insulsos, no tienen ninguna intención de hincarle ni un solo diente.
Si quedaron (o están quedando) diezmados fue por otras razones varias. Es largo de explicar, de hecho lo he intentado en más de una ocasión. Tarde piaste, Kara.
Y, sin embargo, mientras Bard se convierte en Gemini, mientras se aproxima GPT-5, mientras se consolidan los copilotos y las creaciones sintéticas en video, mientras los hábitos de consumo de los habitantes digitales se transforman, se vuelven incluso, quizás, espaciales o cerebrales, hay quienes siguen sacando pecho con audiencias cada vez más pequeñas en sus sitios web. Año 2024, si. Esos sitios web que, tal como dice Ben Thompson, apestan. ¿Hasta cuándo? ¿Para qué? Intriga… cantos de sirena.
Se va a acabar… ¿el periodismo? No creo. Siempre habrá alguien interesado en contar una historia. Siempre habrá alguien, como yo con René Lavand, interesado en escucharla, en creerla, en ilusionarse. Dándose cuenta de algunas cosas, más tarde o más temprano. Pensar lento pero darse cuenta a tiempo. ¡Ojalá!
Chau “cafeteros”, nos veremos del otro lado del Atlántico saboreando el mejor café, cuando ustedes quieran…
Ya te extrañamos amigo
Buen viento y buena mar !!!!