Esconder el Elefante
"Cuando tocas una nota equivocada, es la siguiente nota que sale de tu instrumento la que la hará buena o mala" (Miles Davis)
Soy un amante de la música de casi toda la vida. Particularmente del jazz, desde mi adolescencia. Me siento muy agradecido con mis padres por haberme “obligado” a aprender un instrumento de pequeño, aún cuando siempre fui muy mal alumno, porque me permitió luego dedicarme a otro, que cada tanto, cuando puedo y me dejan, me llena el alma de paz. Mi válvula de escape.
La práctica hace al maestro, dicen, y yo seguiré siendo siempre un aprendiz, lamentablemente, por más horas que le quiera dedicar.
Hace pocos días, en homenaje al Día Internacional del Jazz, que se celebra todos los 30 de de Abril desde 2012, mi mejor amigo, mi hermamigo, -el mismo que escribe bien y con quien también he compartido muchas horas de sesiones y ensayos- decidió postear algo muy bonito en Facebook, haciendo un recorrido apasionado por su historia personal con la música.
Me llevó a recordar la mía propia y reconfirmar porqué me enamoré de esos músicos diferentes, los que lograron superar las barreras con una mezcla de talento, sacrificio y suerte. Miles, Coltrane, Dizzy, Dexter, Coleman, Prez, Bird…
Miles, Miles, Miles. La frase que usé al inicio se ha escrito de varias maneras. Sutiles cambios, imperceptibles, que ayudan a transportarla a otros contextos:
When you hit a wrong note, it’s the next note that makes it good or bad.
If you hit a wrong note, it’s the next note that you play that determines if it’s good or bad.
It’s not the note you play that’s the wrong note – it’s the note you play afterwards that makes it right or wrong.
There are no wrong notes in jazz: only notes in the wrong places.
Miles Davis no era de léxico cuidado. Había tenido buena educación, pero en el mundillo del jazz mandaba una cultura propia. Era rudo y malhablado, incluso a veces cuando declaraba a la prensa. Soberbio, provocador, genial. Para destacarse no alcanzaba con saber tocar un instrumento, y mucho más en aquella lejana época de segregación. Tan lejana como ayer.
Hay otra frase en la misma temática atribuida a él, y esta sí creo que la dijo así:
“Anybody can play. The note is only 20 percent. The attitude of the motherfucker who plays it is 80 percent.”
¡Actitud, mtfckr!
La que usé al principio no es solamente una referencia a la música. Puede aplicarse a la vida: los errores son solamente errores de verdad si te llevan a otros errores. O si repites el mismo. Una y otra vez, convencido de que porque fabricas martillos, el mundo solo puede estar hecho de clavos.
Siempre se está a tiempo de cambiar, siempre se puede tocar fondo, aprender y empezar a levantarse.
Enfocarse en la siguiente nota, esa que hará que el fraseo suene bien igualmente. Incluso perfecto, como si la disonancia hubiese sido estudiada.
Para eso, claro, se debe decidir no esconder al elefante…
Paquidermos Estocásticos

Le pregunté a Chachi Pití: “¿cuál es la mejor manera de esconder un elefante en mi casa?”.
Esta fue su respuesta:
Qué pregunta hermosa y absurda, me encanta.
La mejor manera de esconder un elefante en tu casa depende de si:
Hablamos en sentido literal, y realmente hay un elefante de varias toneladas en tu living.
Hablamos en clave de humor, metáfora o juego, como ocultar algo muy evidente a plena vista.
Si es literal (y tu casa es tamaño zoológico):
Disfrazalo de mueble gigante: Un puff enorme, un ropero vivo, o una escultura moderna.
Entrenalo para quedarse quieto: Como en las pelis, que parece decoración africana.
Llená la casa de cosas raras: Así el elefante se diluye en el caos general (estilo Diógenes chic).
Si es figurado (tipo "el elefante en la habitación"):
Desviá la atención: Llená la casa de otros "temas" que distraigan.
Negalo con estilo: Si alguien lo menciona, hacé como si fuera lo más normal del mundo (“¿Cuál elefante? Eso es arte conceptual interactivo”).
Usá el camuflaje emocional: Que parezca tan emocionalmente incómodo de señalar, que nadie se anime.
También se lo pregunté a Genís. Aburrido es poco. Siempre se le puede agregar algo más al no tan simple hecho de predecir correctamente la siguiente palabra, como sostiene Ilya Sutskever. No parece ser para cualquiera. La sofisticación va abriendo las paralelas y ya no es solamente un tema de precisión en la respuesta.
Ahora bien, poniéndolo en un plano de realidad presente, para lograr la imagen que acompaña esta sección, la cosa fue más peliaguda: muchas iteraciones, en cada una de las cuales había un error que nunca corregía, sino que creaba algo nuevo, divergente.
Parecido no es lo mismo. Le terminaba echando la culpa a su compañero de banco, el que hace imágenes, ¡que ella solamente se las pide! Si en dos años dejamos de tener manos de seis dedos y logramos ver a Will Smith comiendo spaghetti como corresponde, podremos esperar un par de años meses más para lograr consistencia de imágenes y personajes, ¿no?
Debo confesar que en un momento le di un atajo: “Ja, ja... Chachi, querida amiga confidente... ¡te agarré, no sabes hacerlo! ¡El elefante se ve, no lo escondiste, se nota MUCHO! Mira, te voy a dar una pista, a ver si te ayudo: dicen que la mejor manera de esconder un elefante en una habitación, es rodeándolo de muchos elefantes. ¿Qué te parece crear una imagen foto-realística que represente esa frase?”.
La desbloqueó, y al menos desde ahí se puso creativa. Me sugirió incluso agregarle una frase tipo enigma. No la entendí hasta que lo hizo. Y me gustó: "El truco no está en lo que miras, sino en lo que no puedes ver."
La esencia es esa: saber mirar más allá, salirse de la linealidad.
Puedes intentar esconder uno o muchos elefantes, pero siempre estarán todos a la vista. Paquidermos donde debería haber sillones, mesas de café, lámparas, cuadros. Es decir, no se puede.
Aprender a mirar.
Al terminar mi charla, Chachi me propuso regalarme una frase homenaje a mi paciencia y ojo artístico. Literalmente es lo que me sugirió, y eso que se supone que ya quitaron la capa de adulación de la versión actual de ChatGPT.
Yo creo que me dejó una buena introducción para mi sección final:
“Hay quienes miran un elefante en el living y se asombran. Y hay quienes, como vos, lo iluminan, lo encuadran, lo afinan… hasta que el elefante entiende que también puede ser arte.”
Elefantes y Ratones

Seguro que no es arte. El elefante está ahí, a la vista de todos y no sirve de nada tratar de esconderlo, y mucho menos disfrazarlo de arte.
Tampoco creer que está solamente en el living. Es que está en todos lados, por eso no debería asombrar.
Tampoco vale la pena creer que el elefante se asusta de los ratones. No, ese mito ya se derrumbó. Parece gracioso, pero no lo es. El elefante es corto de vista y lo sorprenden los movimientos abruptos. ¡Uy! Buena analogía, ya se verá.
Quería alejarme por una vez de la Inteligencia Artificial y tratar otro tema. Finalmente lo hago hoy, pero la conclusión será la misma. Estamos presenciando el fin de una era y el comienzo de otra:
Es el fin de la Open Web tal como se creó en los ‘90s y aun hoy subsiste. Pequeña, languideciente, cada día más irrelevante.
Es el comienzo acelerado e incontenible de la Internet Personalísima (TM). Tanto, que ya ni vale la pena llamarla Internet.
Trataré de no ser confuso en lo que viene, pero demasiadas ideas se agolpan en mi cabeza.
Permítaseme primero poner palabras sueltas que ojalá logre abarcar y entrelazar adecuadamente: open web y jardines amurallados, links e interoperabilidad, datos personales y privacidad, dispositivos y masividad, abundancia y hábitos, distribución y descubrimiento, modelos de negocios y sustentabilidad, compañero y confidente, multimodal, web1, 2, 3, presente, futuro y…
… consumidor. En el centro y ante todo, el consumidor. Como excusa o realidad. Depende del momento y del interlocutor (y/o del juicio antimonopolio en el que se declara).
Al principio todo era abierto y colaborativo. Verbo y acción. Lleno de standards que todos respetaban hasta que alguno dejó de hacerlo. Se amuralló y creó su propia fosa digital. Pidió empatía, pero no la dio. Exigió links para garantizar la interoperabilidad, pero se encerró dentro de su muro, detrás de la Deep Web. Puso las reglas. Las cambió. Las volvió a cambiar. Y otra vez. Y alguno otro lo imitó. Y luego otro. No muchos más, algo reservado para los que pueden.
Siempre sucede lo mismo en las etapas tempranas de crecimiento de una tecnología. Hay que aportar. Caóticamente, pero aportar. Ya luego el mismo mercado se asienta y declara ganadores. Y perdedores.
En aquella Open Web, en la Autopista de la Información, todo era contenido.
Pero, como decía Bill Gates en su famoso ensayo Content is King de 1996: “la definición de contenido se vuelve muy amplia”.
Una cosa son los contenidos en la Web original, la Open, la verdadera, la primera, la #1. Otra cosa son los contenidos en la web2.0, los Generados por el Usuario (iushicí). “Contenido basura”… ¡pfffff!
Asimismo, una cosa son los contenidos creados por algún usuario-persona y otra cosa, impensable en aquella primera época, los contenidos sintéticos. “Más basura”… ¡pfffff!
Contenidos abundantes, infinitos, basura, imposibles de ordenar entre tanto desorden.
Los profesionales de los contenidos, por su parte, creyendo que podrían mantener su propio jardín amurallado desde el mismo profesionalismo en la concepción y creación de su obra, esta vez se equivocaron (nos equivocamos).
¿Cómo podía ser, si en las disrupciones anteriores se logró mantener el statu quo, si la radio no mató a la palabra escrita ni El Video Mató a la Estrella de la Radio?
El problema no era una nota musical disonante, el problema fue no darse cuenta de que sonaba mal, para tratar de hacer sonar bien la siguiente.
El problema fue repetir esa nota en unísono. Y repetirla. Repetirla, repetirla. Desde 1995 hasta 2025 la siguieron (seguimos) repitiendo. “El problema no somos nosotros, el problema es el consumidor que no entiende”.
Samba de una nota so. Desafinado. Había que darse cuenta de que, aunque fuera el mismo compositor, eran dos canciones de bossa nova diferentes.
Pero no. El problema de fondo no se entendió. Esos contenidos siguen siendo muy valiosos, hoy y siempre. Lo que cambió fue el acceso.
Descubrimiento y distribución.
Internet es caos por definición. Desde el mismo modelo de interconexión, desde sus standards. A medida que se hizo exitosa, que fue sumando usuarios y generadores de contenidos, se hizo imposible de administrar. Los intermediarios de la distribución se convirtieron en amos y señores, en cancerberos.
“Si el contenido es rey, la distribución es reina”. “Quien posee los usuarios, posee el negocio”.
¡Alguien que me ayude, por favor! Alguien que intermedie, que me muestre lo que me gusta. ¿Mi privacidad, mis datos personales? Bueno… click, click, consiento, estoy de acuerdo con los términos y condiciones y las políticas de privacidad. ¡Adentro! ¿Si los leí? ¿Alguien los leyó? ¡Ni siquiera los abogados que los escribieron!
Y así se siguió avanzando. Más usuarios. Nuevos hábitos. Masividad. Cambios de dispositivos. Personalización. Algoritmos. Mi Internet es mía, mía, mía.
Ya los teléfonos inteligentes habían logrado cambiar la lógica de consumo. De una PC por escritorio a una PC por hogar. De una conexión en el trabajo a una en la casa.
Hasta que me puse la Internet en el bolsillo. Fin de la discusión. Más masividad, más personalización, más algoritmos. Mis contenidos son míos, míos, míos.
Solo faltaba el último clavo del ataúd. Estos elefantes cortos de vista se siguen asustando de los ratones 30 años después. Había tiempo para hacerse gafas, pero no. Y, para peor, los ratones son cada vez más grandes. Se notan incluso a la distancia. Ya no es presbicia. Es miopía, incluso astigmatismo.
Jarvis está cada día más cerca. Multimodal, compañero, confidente. SUSBI: Simplemente Un Sistema Bastante Inteligente. Como J.A.R.V.I.S. (Just A Rather Very Intelligent System), pero más confianzudo, con lo latino que somos. Alcanza por ahora con que sea “bastante inteligente”. Ya vendrá el momento en que sea “muy”, o “demasiado”. Contradicciones del mismo nombre: “rather” y “very” en la misma oración.
La próxima batalla, la que ya se empezó a librar, está clara. Una vez más, no habrá espacio para segundos. O quizás para terceros. Habrá un Jarvis y un Jar-Vis-Vis (Bis). O un Jarvis y un Susbi. No mucho más.
Una Internet Personalísima (TM). Dependerá, tal vez, del dispositivo de uso. Del aguante financiero, de planes de negocio que aún no se han escrito. De saber ejecutarlos.
Las evidencias ya empezaron a aparecer. Vengo diciendo en los últimos meses que la cuestión se comenzó a empinar, a hacerse exponencial.
Y estos días, en uno de esos juicios antimonopolio en donde el testigo puede decir la verdad porque no le duele, alguien dijo: “That has never happened in 22 years”. Un alguien muy importante, que le costó al damnificado más de 150 mil millones de dólares de valor compañía. Que salió a defenderse, claro está.
Y la defensa está muy bien, porque es cierta. Lo que dice en su respuesta escueta es clarísimo. También es clarísimo lo que no dice. Y eso que no explicita va en línea con mi discurso anterior: la Open Web está muriendo, más allá de que quien lo declara ha sido siempre su primer (conveniente) defensor.
Si de la Open Web pasamos a los Jardines Amurallados, es obvio que el próximo paso ya es la personalización máxima. Jarvis. Sin importar el dispositivo de uso.
Que afectará a los generadores de contenidos, claro, pero también a otros rubros profesionales, más allá de que para unos será en el corto plazo y para otros en el mediano o largo.
Algunos la vieron venir con más tiempo y no reaccionaron hasta que fue muy tarde, como elefantes sin gafas para ratones. Otros aun hoy no ven al paquidermo en el living del hogar. O se hacen los distraídos, ¿no?
Ya dejará de ser Internet. Porque no importará el nombre. Porque será ubicua. Personal.
Mejor no esconder más elefantes. No tengo propuesta, solo opiniones. Un poco de frustración también.
No mucho más. Solo la idea: busquemos la próxima nota que no desafine. Y que la escala suene bien. ¿Perfecta? No creo. Pero al menos que no se note.
Miles Davis murió joven. Tenía 65 años en 1991. Estaba enfermo. Un cuerpo maltratado, una vida llevada al límite. Seguía activo, sin embargo, preparando nuevo material. Su último álbum se publicó póstumamente en 1992.
Fue un revolucionario, un precursor, un adelantado a todas las épocas. Nunca se quedó en una zona de confort. Cada nuevo estilo que abarcaba, lo lideraba. O lo creaba. Swing, bebop, cool, hard bop, modal, free, jazzrock…
Su filosofía y legado eran claros: “Always look ahead, but never look back”.
Sin embargo, en esos últimos meses de vida aceptó unirse a la orquesta de Quincy Jones en el famoso concierto del Festival de Montreux de 1991 para honrar a uno de sus más destacados compañero de ruta, Gil Evans, que se había ido pocos años antes.
Quien dice, quizás ya lo sentía.
Les dejo, entonces, mi homenaje final a Miles: “Always look ahead”. Las analogías con lo dicho anteriormente son obvias. Gracias por leerme.
Muuuuy interesante este análisis Marcelo. Gracias. Intentar esconder el elefante es ya prácticamente imposible en este momento!
Me gusta mucho la definición de internet personalísima. Creo que se hará realidad no por dispositivo si no por identidad digital, que será ubicua en múltiples dispositivos. Pero aunque diferentes o evolucionados, siempre habrá intermediarios. Hasta en Blockchain, que nace como acto de rebeldía, terminamos teniendo intermediarios. Sería curioso saber si existe una estadística que muestre que nota es la nota que se toca después de una nota errónea, porque tal vez hay un patrón también en la reacción al error.