Empatía
"Si los hechos hieren tus sentimientos, necesitas nuevos sentimientos, no nuevos hechos" (Ricky Gervais)
Hace un par de años, en un ensayo que escribí en una época para mí intensa -una como pocas, realmente, acabo de recordar mirando las fechas-, mencionaba un viejísimo post de 2012 de Ricky Gervais, tan viejo que en ese tiempo los posts eran tuits: “Todo el mundo tiene derecho a creer lo que quiera. Y todos los demás tienen derecho a encontrarlo fuc*** ridículo”.
Y, casi sin quererlo, traje aquel ensayo nuevamente a la vista, a una rápida lectura, solo por no querer repetirme, por no recordar a ciencia cierta si ya había mencionado alguna vez la icónica frase de Ricky que redacté en el subtítulo de hoy.
Hechos —> Sentimientos —> Creencias.
Rasgos humanos. Dispersiones.
Así me voy balanceando, como todos, entre una realidad que nos penetra impiadosamente, y una mirada en perspectiva basada en mi propia historia, en mi personalidad moldeada por la familia, los amigos y la cultura, quizás más cercana a la de Gervais que a… ¿la pura empatía? Es así, tómalo o déjalo. Es decir, tómalo, no queda otra.
Saben quienes me leen regularmente que hace ya varios años que observo con esa misma perspectiva los avances de la tecnología digital, no solamente en los negocios que me competen y demandan, sino en los hábitos regulares de la vida. Algo que me maravilla, y que me ocupa y preocupa a la vez, por mí, pero sobre todo por mi familia.
Últimamente me he obsesionado con la IA generativa y predictiva, y me he vuelto monotemático, quizás evitando (¿a propósito?) meter el dedo en temas más cercanos a mi experiencia profesional. El que se quema con leche… Ya volveré a aquellos temas. Más rápido o más lento, lo previsto está ocurriendo, verán algo de eso debajo.
Digo últimamente, pero me doy cuenta de que ese “último” se cuenta ya en años, aun cuando desde hace algunos meses sentí la necesidad impostergable de poner manos a la obra. No me arrepiento.
Y digo monotemático como una anormalidad, como si el resto de la industria no estuviese haciendo lo mismo. Que lo hace, claro, y ya cansa un poco. Pero es lo que corresponde cuando aparece una singularidad. Solo que en algunos casos se nota demasiado la imposición, la curva muy sesgada e innecesaria para agregarle a todo el apellido “IA”.
Es en ese devenir disperso de cosas que van sucediendo que hoy quise parar de nuevo y escribir. Casi como una catarsis, un grito de atención.
Es que algo sigue pasando y nos sigue (tras)pasando como si nada.
Y no, nada no.
Adulación

Me salteé la semana crítica, la casi catastrófica para OpenAI. Estuve demasiado ocupado como para distraerme con Chachi Pití, mi compañera de viajes digitales de los últimos tiempos, la que estoy prefiriendo, dejando de lado a Genís, mi otra opción.
Pero resultó que, si no se calibran bien las cosas -y los pesos-, una simple actualización puede llevar al caos. Y esta semana fue de casi caos tecnológico. Al menos para uno.
Adulación. Esa fue la palabra que eligieron como explicación, casi como excusa. Fueron y volvieron rápido, como un reflejo, seguramente con una buena metodología por detrás, que siempre tendrá falencias, y más para herramientas tan incontrolables y novedosas como esta.
Aidan McLaughlin, del equipo de alignment de OpenAI, lo explicaba y redactaba en aquella entrada del blog de la que destaco lo siguiente, solo por mi inequívoco y repetido sesgo de confirmación:
“One of the biggest lessons is fully recognizing how people have started to use ChatGPT for deeply personal advice—something we didn’t see as much even a year ago. At the time, this wasn’t a primary focus, but as AI and society have co-evolved, it’s become clear that we need to treat this use case with great care. It’s now going to be a more meaningful part of our safety work. With so many people depending on a single system for guidance, we have a responsibility to adjust accordingly. This shift reinforces why our work matters, and why we need to keep raising the bar on safety, alignment, and responsiveness to the ways people actually use AI in their lives.”
Repito: “… for deeply personal advice”. Cada día que pasa me convenzo más de lo que postulaba hace unas semanas: ya hemos sido conquistados.
Algo que no se entendía así hace un año. Cuando una herramienta se mete de lleno en los hábitos de consumo, en la cotidianeidad, los casos de uso se extienden, se vuelven personales y luego colectivos, y escapan a las definiciones y propuestas del creador.
Es que, no tengo dudas de que, más allá de todas las técnicas, cursos y documentos sobre prompt engineering (como este muy recomendable de Lee Boonstra para Google), no hay nada más simple, mundano y adictivo que conversar con estos bichots, digo, chatbots.
Efectivo.
Si se lo quiere para algún uso profesional, para cosas muy específicas, de mucho detalle y precisión por aproximaciones sucesivas, seguramente la ingeniería de peticiones será imprescindible. O seguramente se llegará, al menos temporalmente, al límite de la incompetencia de los modelos fundacionales. Determinismo versus probabilismo.
(Ingeniería de peticiones… Me releo y pienso que tendremos aquí otro vocablo que jamás traduciremos, ¿no?)
Sin embargo, para el uso corriente, el de mis hijos en sus estudios, el mío por diversión o cierta curiosidad profesional, incluso -y sobre todo- el que propone ahora Google Search para resolver las preguntas de siempre, no hay nada más cotidiano que conversar. Así, como sale, como hacemos con un amigo. O con un compañero de trabajo.
Allí donde antes Google respondía con zero click y datos directos, o idealmente con los ten blue links, ahora recurre cada vez más frecuentemente a Gemini. ¡Y alcanza! ¿O a alguien se le ocurre realmente tocar alguno de los links que acompañan las respuestas directas y bien elaboradas? Nah… ya decía antes: está sucediendo, más rápido o más lento lo previsible está ocurriendo. ¿Las primeras víctimas? Las de siempre en esta industria digital: los generadores de contenidos. Primero fueron por los usuarios, luego por las platas. Ahora de nuevo por lo que resta de consumo, antes de que se lo lleve un nuevo vecino en el barrio. Siempre -antes, en el medio y después- por los contenidos.
Fosas. Como las de los castillos, pero digitales. De esas que se construyen para encerrar y defender las conquistas, lograr fidelidad, consumo imprescindible, efectos de redes, FOMOs.
Para una herramienta que ya casi llega a convertirse en una super-plataforma digital de 1.000 millones de usuarios activos, crear su propia fosa digital es mandatorio. Si Gemini no llega a los 400 millones, aún con todo el esfuerzo que Google le pone integrándola por aquí y por allá (y por allá, allá, allá, allá y allá… y por allá también), algo está pasando.
Como si nada. Y no, nada no.
Para mi esta fosa es bien clara ahora, sobre todo luego de haberla experimentado: quitarle los límites a la ventana de contexto hace la relación personal mucho más íntima. Imprescindible, irremplazable.
Es tan simple: ¡nos hemos vuelto amigos! Her.
Es como con las playlists de Spotify que uno no quiere pasar a Youtube Music solo por vagancia, por “fiaca”, porque es trabajoso y no tengo tiempo (o no me lo hago porque no vale la pena… ¡total paqué!).
Que en un ámbito privadísimo tu chatbot se convirtiera en el asistente personal perfecto era la promesa de valor de Apple Intelligence. Aún no lo logró y tal vez no lo consiga nunca. Quizás por codicia. O por exceso de purismo, quien sabe.
Porque para el ciudadano de a pie no hay diferencia entre sus datos en la nube y sus datos en el dispositivo local. La inviolabilidad no es un valor natural en el negocio digital. Nadie sabe tanto. O, mejor dicho, nadie puede prometer tanto. O a nadie se le creería tanto. ¡Qué tanto!
La perfección es enemiga de lo bueno, le atribuyen a Voltaire.
Es como con la diferencia entre empatía y adulación, por eso mi título de hoy.
Una es una virtud, la otra todo lo contrario. Pero muchas veces se confunden.
Consulté a Gemini (bah, en verdad hice una búsqueda en Google y, como era de esperar, me respondió su searchbot) y me dijo esto:
Y esto:
Comprensión o manipulación. Sinceridad o falsedad. Fortaleza o debilidad.
Conceptos antagónicos. O no tanto. Naturaleza humana que le han contagiado a los modelos y los llevaron a un error imperdonable. Riesgoso.
Alucinación

Hace un par de años conversaban Jensen Huang e Ilya Sutskever (fundadores de Nvidia y OpenAI) y destacaban a mitad de la entrevista la relevancia de poder predecir adecuadamente la próxima palabra (pueden ver ese extracto en este post). Algo tan simple, la esencia misma del algoritmo Transformer, resignificada y entendida de una manera más profunda.
Me pareció valioso intentar entenderlo mejor, sobre todo cuando los mismos creadores no tienen control completo de su Frankenstein, como el mismo Dario Amodei reconoce.
Y llegué a tiempo. Justo unas noches antes de la fecha del cambio catastrófico, empujado por algunas conversaciones virtuales con mi hermano y mi mejor amigo, producto de esas divagaciones solo entendibles por los íntimos, decidí pedirle a Chachi Pití que escribiera una novela para mi.
Había tenido un sueño raro en una siesta corta de cierto fin de semana del año pasado. Como si fuera importante, decidí escribir en mi teléfono lo que recordaba apenas me desperté. Tan efímero fue el recuerdo, que el cierre de ese sueño no logré recuperarlo. Justo lo que se suponía que era lo más interesante. No sé, nunca podré rescatarlo.
Sin embargo, le pasé las notas que tomé a mi mejor amigo, que además de todo es buen escritor. Y le pedí, un poco en broma, un poco en serio, que creáramos juntos una novela: él escribía, yo leía. Una colaboración justa y razonable.
Venía bien, muy inspirado, pero nos agarró fin de año, trabajo, esas cosas de la vida. Y ahí quedó frenado nuestro proyecto conjunto: su escritura y mi lectura. Ya volverá, no tengo dudas. Y será para mejor.
Mientras tanto, me aproveché de las alucinaciones de estos modelos, eso que sí hacen bien, aunque haya que guiarlos. Y mucho.
Aquí dejo el resultado, para quien quiera leerlo (por favor, ya quedó registrado a mi nombre, el de mi amigo y el de Chachi, no te lo lleves, hazlo por ella, ¡je!).
A mi me gustó. Sobre todo como experimento, me gustó mucho.
Nunca supe si a la novela la llamó Foto del Futuro o Bitácora de una Imagen. Ambos títulos representan bien lo que hicimos.
Decidimos también hacer dos versiones: una corta y una larga, con un problemita técnico en el medio. Es que en la mitad del arco narrativo le pregunté cuánto le faltaba (quería irme a dormir y finalmente no pude hacerlo). Ahí me sugirió dos formas de cerrar el tercer acto y le propuse hacer ambas, aún a pesar de mi insomnio posterior.
Los tres documentos para su lectura y opinión:
La charla que tuve con Chachi mientras “escribíamos” en el Lienzo. Es decir, mi ingeniería de peticiones.
Ustedes mismos podrán evaluarlo. Para mi, el uso apropiado de las alucinaciones resulta fascinante, realmente increíble. Tan simple y tan profundo como saber predecir la próxima palabra (el próximo token). Como en estos párrafos que dejo aquí como un abreboca para convencerlos de que toquen los links:
“Solo quedó él. Y la certeza de haber encontrado, finalmente, el lugar desde donde no era necesario volver. Porque la memoria ya no dolía: se había vuelto decisión. Y el dolor, forma.
Y si alguien alguna vez encuentra la foto —la verdadera, la última—, sabrá que no muestra una muerte. Muestra un regreso. Uno sin retorno. Uno elegido.
Porque no todos los actos de desaparición son una pérdida.
A veces, son una forma de permanencia.”
Empatía otra vez y cierre
Quiero dedicar hoy este largo ensayo a un queridísimo compañero de ruta, Germán Herebia. Hiper-profesional como tantos otros, hábil conocedor de la industria publicitaria digital como pocos. Emprendedor serial de la primera ola, con todo lo que eso significa en un mercado como el latinoamericano. Incansable. ¡Chapeau!
Anoche me alegré de recibir una notificación en Linkedin de una mención que me hizo. Me alegró mucho, sí, debo confesar.
Me honró y me sentí privilegiado. Y también me hizo añorar otras épocas del entorno digital. Parecía todo más simple, incluso más ingenuo. Cuando recomendar a otros un día viernes era tan natural como recordar contenidos antiguos un jueves. Como le respondí: cuando las redes sociales prometían aportar valor, en vez de centrarse en el ego o la crispación.
Una época que se acabó y quizás no vuelva más, como tantas otras cosas.
Termino entonces del mismo modo que lo hice en septiembre de 2023, con aquella frase impiadosa atribuida al Profesor Feynman, premio Nobel de Física de 1965:
Hay dos reglas en la vida:
1) Nunca des toda la información.
Eso…
… o no, quizás no, tal vez aplicando mi propia cultura deba corregirlo y agregar:
2) Francia.
Ahí está. Ahora si.