Infoxicados
“Todos debemos estar en guardia contra la arrogancia, que llama a la puerta cada vez que tienes éxito” (Steve Jobs)
Anoche no podía dormir bien. Mejor dicho, no podía dormir. Ni bien ni mal. Decidí espabilarme y garabatear algunas notas. Ideas que rondaban en mi cabeza las últimas semanas. Pensamientos que van y vienen y quería trasladar aquí en algún momento, sin urgencias.
Ahora. Sí, mejor ahora.
Empezaré con una obviedad: vivimos en la era de la infoxicación. Inundados de información, de datos infinitos, agobiantes. Inmanejables. ¿Tóxicos?
Sumaré otra obviedad: cada persona es un mundo. Cada quien vive su cultura, sus costumbres, su herencia.
Nos relacionamos. Somos seres gregarios, vivimos en una sociedad: un país, un barrio, una aldea, una comunidad.
Compartimos ciertos rasgos comunes. Identidades. Pero no nos volvemos anónimos. Cada persona es única.
Es obvio que vivimos inundados de información. Y que, además, vivimos intermediados por algoritmos.
¡Ay Dios, benditos malditos algoritmos! Creemos que consumimos lo que queremos, que elegimos el qué, el cuándo y el cómo, y, de la noche a la mañana, nos damos cuenta de que principalmente consumimos lo que se nos cruza, que con eso alcanza para el poco tiempo que tenemos en medio de tanta abundancia.
Y, ¡vaya qué novedad!, eso que se nos cruza se parece mucho, pero mucho mucho, a lo que creemos, a nuestras ideas previas. Sesgos de confirmación. Títeres digitales.
Pero, también, cada uno es (o debería ser) dueño de sus decisiones. Nada nos impide desconectarnos, evitar los algoritmos. Volver a lo básico, salirnos de la cámara de eco. Y, sobre todo, dejar de echar culpas afuera. Darnos cuenta. Hacernos cargo.
Desinfoxicarnos.
Parece (más) fácil cuando es uno el que va en busca de la información, el entretenimiento, la distracción.
Si quiero, borro esa aplicación de mi teléfono. Si lo deseo, leo un libro en vez de encender la pantalla. Salgo con amigos, voy al parque, converso con mi esposa o juego con mis hijos, elijo una película y voy al cine. Escucho música (¡no!, también se me cruzan los algoritmos, lpm). Incluso, enciendo la TV, pero para ver una serie que yo elegí en esa plataforma digital.
El problema, he aquí el dilema, empieza cuando debemos relacionarnos con los demás. Por cuestiones familiares, sociales, de amistades, de trabajo.
Y “los demás” no tienen el mismo interés en desinfoxicarse que uno. O no pueden. O jamás se plantearon aquel dilema.
La tecnología, sobre todo la digital, se ha vuelto cotidiana. Imprescindible. No existe otra manera. Y hoy, si algo, somos ya seres digitales que trasladamos nuestras virtudes y defectos al nuevo ambiente. El entorno digital solamente vino a acelerar las conductas. Hacerlas exponenciales.
Ya no hay más cartas que cruzan el Atlántico. No hay llamadas telefónicas de larga distancia con operadora internacional. No hay campana de la puerta de la casa que suene un sábado a la tarde ni timbre del teléfono de la casa que perturbe el sueño de la noche. Muy pocos se animan a llamar a un número móvil sin antes enviar un texto: “¿Te puedo llamar?”. Y de los pocos atrevidos, casi todos son llamadas de spam.
No hay salida, estamos alineadamente alienados.
Contenedor y Contenido

El disparador, como suele suceder, ha sido el cúmulo de nueva-vieja información que apareció los últimos días.
Todo apuntaba en la misma dirección, una que difícilmente resolverá mi dilema:
Rumores renovados del dispositivo AI de Sam Altman y Jony Ive.
Apple podría integrar Google Gemini en Siri.
Rabbit tiene nueva versión (¡pffffff!).
Todo el mundo quiere hacer un navegador web con IA.
Particularmente, lo que me hizo pensar “Ahora. Sí, mejor ahora” fue Alterego.
Aquello que parecía solo un caso de estudio del MIT…
… ayer se convirtió casi en un producto. Y era distinto, notorio.
Quizás sea una disrupción interesante, sobre todo para aquellos que no pueden usar un dispositivo personal con normalidad. Puede que funcione, puede que no. Puede que sea un fiasco o una genialidad. Puede que Rabbit o que iPhone. Que Blackberry o Android.
Pero, de fondo, ni este ni los demás resuelven el problema primario: el día sigue teniendo 24 horas, la gente tiene poco tiempo disponible, muchas obligaciones acumuladas, y existen demasiados distractores al alcance de la mano.
El problema no es el contenedor (dispositivo o sistema operativo). Es la abundancia de contenido para un ser humano cada vez más ocupado. ¿A qué darle prioridad?
Algo falta. Algo falla.
Notifíquese y Archívese

Los algoritmos han logrado intermediar hábilmente (o perversamente) entre nuestro tiempo y el contenido que buscamos. De cierta manera -más conformista que positiva- nos resulta eficiente, nos ahorra tiempo. Elegimos quedarnos con lo que se nos ofrece. Evita el agobio que produce bucear en la infinita abundancia.
¿Qué pasa, en cambio, con las relaciones interpersonales por medios digitales? Ya he argumentado sobre el aumento exponencial en la proporción de interacciones con otros seres humanos por esta vía. Nos ha “comido” la cotidianidad, laboral y personal.
¿Cuántas “superficies de contacto digitales” hemos puesto a disposición de otros? ¿Cuántas direcciones de correo, aplicaciones de mensajería, DMs, mentions y otras elucubraciones de algún inquieto product manager tenemos habilitadas para nuestros contactos (antes eran amigos, luego seguidores, ahora solo “contactos”)?
Pero, por sobre todo: ¿cuántas notificaciones no hemos leído hoy? ¿A cuáles de estas superficies atendemos, con qué profundidad y con qué prioridad?
Hace pocos días participaba en una charla de café con gente de la industria muy cercana. Profesionales inteligentes, actualizados.
En un momento debatimos sobre este tema.
Sigo siendo de la vieja escuela (algunos en la mesa coincidían): el día no se termina sin haber intentado revisar todos los pendientes, sea para leer, para responder, dar reconocimiento de recepción y/o pasarlo como recordatorio para el siguiente día. Lo que originalmente fue una regla para el trabajo, fue trasladándose a lo cotidiano y personal. Etiqueta y cortesía digital. Cordialidad.
Ya no es así. Y lo entiendo. No lo practico, pero lo comprendo y debo aceptar.
Alguien en la mesa dijo que tenía más de 180 mensajes pendientes en Whatsapp (notificaciones activas). Otro respondió que algo así le daría TOC. Pensé lo mismo, pero no llegué a verbalizarlo.
Ciento ochenta mensajes pendientes de lectura, reconocimiento y/o respuesta en una sola de las superficies de contacto significa, para mi, que el método ha dejado de ser eficiente.
No es un problema de las personas, lo que ha fallado es el modelo.
En vez de construir puentes, estamos levantando paredes, cavando fosas.
En vez de acercar, la tecnología digital nos ha alejado. Estamos a un clic de cualquier otra persona en el mundo, pero también hundidos a cientos de notificaciones de distancia. Inmanejable.
A nadie parece preocuparle. Los gurús digitales solo están buscando el siguiente dispositivo, el próximo modelo fundacional, la intermediación masiva y hegemónica con el nuevo universo en construcción.
Ordenar y priorizar los pendientes en las relaciones interpersonales digitales sigue rondando aquel antiguo sistema de las notificaciones. Un numerito dentro de un globo rojo o entre paréntesis que a algunos pone nerviosos, mientras que para otros es eso, solo un número, que incluso suele aumentar.
¿Solución? Yo no la tengo. Solo postulo que quien encuentre un método efectivo, se lleva el premio mayor.
Lo que está en juego es, ni más ni menos, la relación entre las personas. Mientras sigamos infoxicados, difícilmente podamos sanar. Ese numerito seguirá aumentando.
No vemos, no escuchamos, no hablamos… aunque parezca lo contrario. Simulamos que nos comunicamos. Eso.