Cada 18 de Diciembre
"Así como el material del carpintero es la madera y el bronce de las estatuas, así el del arte de vivir es la propia vida de cada persona" (Epictetus)
Me falló. Mi amigo me había prometido que para esta semana salía, pero no. Se postergó, espero que solo una semana más. Creía que esta semana podría compartirles un regalo, una introducción, el capítulo de un libro que me tocó en suerte poder escribir y que está casi listo para su publicación. Será la próxima semana, espero que no se demore más. El regalo será completo cuando llegue.
Entonces, repasando temas, me di cuenta de que faltan solamente 3 días para el primer aniversario. Si, sonará muy poco profesional, me alejaré brutalmente de las cuestiones profesionales, me acercaré mucho más a lo humano, pero creo que es un buen momento. Estamos casi a fin de año, vienen las celebraciones, encuentros familiares, emociones. Y es, definitivamente, buen momento de reescribir estas líneas.
Si se nos viene encima la Inteligencia Artificial, qué mejor que rescatar la Inteligencia Emocional, ¿no? Qué mejor que destacar la humanidad, las pequeñas cosas de todos los días, los sentimientos. Ya habrá tiempo para volver a lo otro, que la revolución de las cosas está cada vez más cerca.
Hace casi un año, escribía este post en Facebook: UNA MONTAÑA RUSA DE EMOCIONES. Y lo recordaré todos los años, cada 18 de Diciembre, porque fue pocos días después de que la Selección Argentina de fútbol ganara su tercer campeonato mundial, y yo lo pudiera disfrutar (y sufrir) abrazando a mi hijo menor lleno de miedos, de frustraciones post-pandemia, que tanto daño emocional nos hizo a todos, y mucho más a los más pequeños. De los miedos, a las alegrías efímeras, a las frustraciones, al enojo, a la alegría final. Un sube y baja de 150 minutos, más o menos.
Este 2023 fue para mi más “montañoruso” que el anterior, así que imaginen si no estaría pensando en eso en estas semanas.
Pensaba transcribirlo, mejor reescribirlo, tratando de conservar lo máximo que pueda. Aquí vamos para quien me quiera acompañar. Sino, nos vemos la siguiente semana.
UNA MONTAÑA RUSA DE EMOCIONES
Todos los años suelo escribir una nota de salutaciones para mis colaboradores y compañeros de trabajo. Como este año fue particularmente diferente para mi, la escribí más larga, un poco más sentida. Y recibí tantas respuestas bonitas, llenas de cariño, que pensé que quizá valía la pena replicar ese mensaje aquí. Es muy personal, muy sentido, pero -como digo en el texto- estas épocas del año son para compartir. Y aquí también entonces lo comparto con ustedes:
Este año me ha resultado muy, pero muy intenso y quizás me vuelva demasiado auto-referencial.
Viniendo de la cuarentena, acercándonos a la normalidad de la vida diaria, era razonable pensar que 2022 podía ser un año “manejable”. Para mí, particularmente, no lo fue, sino todo lo contrario. Muchas cuestiones laborales (algunas esperables, otras definitivamente no), mezcladas con complejas situaciones personales y familiares, se combinaron para darle una intensidad extraordinaria, difícil de manejar.
Leí varias veces esta semana, luego de la obtención de la Copa Mundial de fútbol en Catar, que todo lo que se vivió en esos más de 120 minutos de deporte intenso en la final, esa montaña rusa de emociones, es la vida diaria en Argentina. Y si, a eso nos hemos acostumbrado los argentinos, eso nos ha modelado.
Somos eso, es parte intrínseca de nuestra cultura, de nuestra personalidad. Nos envalentonamos, nos llevamos el mundo por delante, nos caemos, nos deprimimos, nos levantamos, una y mil veces vuelta a empezar. A veces ganamos, como este Domingo, a veces perdemos, como en 2014 o 1990, a veces incluso nos volvemos en primera vuelta o en octavos, como en 2002 y 2018, aun siendo candidatos (a qué, no sabemos, pero siempre candidatos).
A veces nos “odian”, como percibí en estos días (en algunos casos, merecidamente), otras veces nos adoran, como he sentido muy de cerca durante este mes hacia Messi, principalmente, en todo el mundo. Solo tocaba ver la infinidad de niños y adolescentes vestidos con su camiseta, muchos de ellos llorando y gritando por él y su equipo, apasionados por alguien cercano y lejano a la vez.
No creo en las generalizaciones: los argentinos no somos todos iguales, como tampoco los colombianos, ni todos los hombres, ni todas las mujeres. Pero sí es cierto que la cultura de un país nos modela, y sí es cierto que lo que se vio en este Mundial, tanto en los jugadores, como en el cuerpo técnico y en la hinchada, se asemeja mucho a la “personalidad argentina”.
Pero, también se pudo ver que una cosa es “Dibu” Martínez y su personalidad extrovertida y provocadora (allá él, a mí me divierte, preferiría que no lo hiciera, pero me quedo con su capacidad deportiva) y otra muy diferente Lionel Scaloni o Lionel Messi, centrados, quizás hasta humildes, hiper-profesionalizados, analíticos, estrategas. En fin, todos humanos, con defectos y virtudes. Creo en la humanidad y creo que el ser humano es bueno por naturaleza.
Una anécdota muy personal: toda la vida sufrí los partidos de mis equipos, he llorado y he disfrutado por Boca, he llorado y disfrutado con la Selección Argentina. Eso me llevó en el tiempo a ver los partidos solo, aislado, tenso, nervioso: ‘que nadie me hable, que nadie me pregunte nada’. Porque también (me) ha sucedido muchas veces lo que se vio este domingo: partido dominado y al final… ¡paf!, la imprevisibilidad del deporte.
Pero durante este Mundial me pasó algo diferente: mi hijo más pequeño, de 10 años, saliendo del encierro de la cuarentena con mucho sufrimiento emocional (quién no, ¿verdad?), empezó a jugar al fútbol y se conectó con eso. Yo iba a seguir con mi rutina de encierro futbolero, pero decidí compartir el primer partido con Arabia, en familia a las 5 AM, porque, claro, como no, era un trámite, cómo íbamos a perder, ¿no? Para mí fue un shock ver como mi hijo lo sufrió y terminó llorando cuando perdimos. Y eso me decidió a compartir con él cada partido, a estar más pendiente de mi hijo que de la TV. A alegrarme por cada resultado positivo, a tenerlo cerca, muy cerca, tan cerca que la final la vimos abrazados los 120nosecuantos minutos. Y yo hablándole al oído para calmarlo cuando fuera necesario.
Gracias a Dios (y a D10s y si, al Dibu un poquito también) ganamos, y me alegré por sobre todas las cosas por mi hijo pequeño, porque lo vi feliz y porque recordé mi Mundial ’78 (mi niñez, adolescencia y juventud “dulce” de títulos y de Maradona), pero también me alegré por Messi y su equipo que merecían ganar, por mi familia y amigos, y por los argentinos que -en mi humilde opinión- merecían una alegría aunque más no fuera efímera en medio de tanta malaria y tanta polarización social que se vive allá.
En estos últimos meses pude incluso tener el honor y privilegio de dar una charla TED, algo que ni siquiera estaba buscando, pero me llevó a parar y reflexionar por las noches sobre lo que estamos viviendo, a salirme de la rutina y el agobio, a reconectarme hacia el futuro. Y fue una satisfacción también, que me dio algo de balance.
Las fiestas son para compartir y eso hago, compartir también con ustedes, y agradecerles a todos por un año más aquí, por acompañarme y tratar de entenderme. Empatizar es un camino de dos vías: no alcanza con ponerse en los zapatos del otro, toca caminarlos, sentir los dolores que le provocan. Y toca que el otro también lo haga a la inversa. Les deseo eso, les deseo empatía. Les deseo que reciban el doble de lo que dan.